Iniciamos un nuevo curso, 2017-2018, y lo hacemos despidiéndonos, por haber llegado el momento de su jubilación, de nuestro compañero Luis Carlos Simarro, profesor de Filosofía, que merece ser destacado, aparte de por su labor docente, por su pertenencia al Equipo de Apoyo de la Biblioteca desde el curso académico 2005-2006.
Debemos hacer mención a su implicación en la incentivación de la lectura y, en este
sentido, a su constante ayuda y orientación al alumnado que lo
solicitaba.
También, a su colaboración y coordinación, a través
de la Biblioteca, de la conmemoración del "Día de la Constitución",
mediante la elaboración y posterior exposición de la
cartelería destinada a la celebración de esta efeméride.
Y sobre todo, a su inmensa y meticulosa labor en la catalogación de los
fondos en general mediante el programa informático ABIES 2.0. y muy
concretamente, del material audiovisual, que entraña en sí mismo gran
complejidad. En este sentido, su colaboración, ha sido inestimable.
Le deseamos mucha suerte en esta nueva etapa y le agradecemos su inmensa ayuda.
¡Gracias Luis Carlos!
A continuación compartimos en este blog la entrada que le dedicó nuestro compañero Juan Leiva León con motivo de su jubilación. Fue escrita en el blog que tenía para el periódico SUR. En la actualidad tiene una nueva dirección:
porlacalledeenmedioblog.wordpress.com
Gracias Juan por hacérnoslo llegar.
"Creías que no iba a llegar nunca y mira, ya está aquí.
Aunque pareces meramente un muchacho, también emprendes ya la retirada a tus
cuarteles de invierno donde te aguardan plácidos cursos en los que no tendrás
horario que reclamarle al Jefe de Estudios de turno, tampoco los aburridos
atracones de corregir exámenes en vísperas de vacaciones, y mucho menos pesados
claustros de esos que se soportan estoicamente con las gafas de sol puestas.
Vamos, salvo las tareas domésticas que serán sin duda susceptibles de la
correspondiente evaluación por parte de Alicia, no tendrás mucho trabajo ni
precisarás de grandes madrugones, salvo los que tú mismo te impongas para darte
un tempranero paseo cada mañana por nuestro “jubilódromo”; ya sabes, el paseo
marítimo.
Cuando me puse a hilvanar estas líneas no conseguía coger
carrerilla pues eso de escribir unas palabras dedicadas a un profe, estudioso
de la Filosofía, se me antojaba algo peliagudo, pues confieso que ese afán que
os mueve a buscar siempre una interpretación coherente de la realidad ya me
pilla en una etapa de mi vida en que he arrojado la toalla en más de un asunto
y, en todo caso, no estoy ya para
filosofar más que con la rapidez que cae la arena de ese implacable reloj que a
partir de ahora a ti también va a empezar a achucharte más de la cuenta. La
verdad es que desde que me jubilé no estoy ya para reflexiones digamos que
trascendentales; es más, incluso con los números ando últimamente algo reñido.
Prefiero refugiarme en asuntos más plácidos y por eso, curándome en salud, no
me voy a meter en camisa de once varas
-como dicen en mi pueblo- y le voy a hablar no al filósofo que busca sentido a
las cosas de la vida, sino al amigo y compañero con quien tantos y sosegados
momentos he compartido y disfrutado al abrigo de un cafelito en la terraza de
Tito Clemente o en la sala de profesores de nuestro instituto.
Verás, querido Luis Carlos, a ver cómo te explico lo que se
te viene encima sin crearte alarmismo. Nada especialmente novedoso es si te
aviso que ahora vas a navegar por mares en calma que raramente se embravecerán;
es verdad que tendrás que habituarte a ello pues no deja de ser cierto que hasta ahora, como
cualquier docente, has vivido al trote y la entrada en esta nueva etapa no deja
de ser un choque ciertamente emocional. Cada día podrás levantarte sin
bullas y, mientras desayunas con Susanna
Griso, hasta podrás permitirte que se te quemen las tostadas escuchando las
chuminadas que cuentan en la tele. No te preocupes, vuelves a poner el tostador y no pasa nada pues no hace falta correr ya
que no llegarás tarde al instituto ni a ningún otro sitio. El control del
tiempo es tuyo a partir de ahora y, aunque oigas decir que un jubilado no tiene
tiempo para nada, eso no deja de ser una mentirijilla. Tienes todo el que
quieras; ahora, eso sí, el día sólo tiene veinticuatro horas y no puedes
apuntarte a todos los cursos y actividades que se pongan a tiro. Ni tampoco
hace falta que de golpe y porrazo te saques, como si se tratara de una
colección, todos los carnés que los más veteranos exhiben y muestran a sus
amiguetes como si fueran sus galones. Tú tómatelo con calma y no te des un
atracón de recomendaciones para jubilados, ni siquiera las que sin darme cuenta
te pueda dar yo. ¡Ah!, esto sí que es importante; no olvides que, aunque estés
tan jubiloso, en otros asuntos –de esos que tú ya sabes-hay que seguir
cumpliendo como siempre; ya me entiendes.
Bueno, bromas aparte. Te espera una etapa de tu vida a la
que seguro vas a sacar mucho partido: tranquilidad, relajación, viajes, etc.;
pero no sería justo si te oculto algunos efectos colaterales que la jubilación
trae consigo y conste que no estoy pensando en lo “malapiposo” que puede
parecer el deneí cada vez que le eches
un vistazo. No, no, pensaba en otras cosas. Verás, el otro día viendo por
televisión el acto de graduación de segundo de bachillerato, me di cuenta del
cariño y muestras de afecto que te dedicaban. Asimismo he visto en Facebook,
donde nuestro compañero Miguel Herrera puso una fotografía tuya junto a un
comentario referente a tu marcha, los emotivos testimonios que han ido dejando
antiguos alumnos tuyos; estoy seguro que algún que otro pellizquillo notarías.
Por supuesto que todo ese afecto te lo has ganado más que merecidamente con tu
entrega y profesionalidad a lo largo de un montón de años de ejercicio de la
función docente; y no creo que haga
falta recordarte que tu mayor logro, que no es equiparable a casi nada, es esa
consideración que te tienen los muchos alumnos a quienes has impartido tu
asignatura y has dado lecciones de vida durante tantos años. Ellos, como a mí
me gusta decir, ejercen una especie de vampirismo sobre nosotros que hace
sentirnos jóvenes y que, yo al menos lo siento así, crea cierta adicción; así que no te extrañe que, una vez ya
avanzado el próximo curso, cualquier tarde no tengas ganas de leer ni pasear,
ni siquiera ir al cine con Alicia; vamos, que tal vez te sientas un poco tonto
sin saber muy bien las razones. Pero yo te voy a explicar las causas de esos síntomas que pueden sumirte en un estado
yo diría que algo melancólico. Seguramente ese mismo día o el anterior pasaste
por la puerta del instituto y de pronto el murmullo de los alumnos en pleno
recreo te removió cientos de recuerdos, incluso te faltó poco para entrar y
dirigirte a la clase de 2º de bachillerato; no para hablarles a tus alumnos de
Platón o de Aristóteles, sino para darle un repaso a cualquier asuntillo
relacionado con el devenir de la vida al que más de una vez dedicabas unos
minutos en clase mientras sembrabas una semilla de ilusión que, a la vista está, ha ido fructificando en
tantos y tantos hombres y mujeres que un día fueron tus alumnos.
No te engaño si te digo que una vez pasada la euforia
inicial tendrás muchos momentos para reflexionar y acordarte de tus compañeros,
de las tertulias al calor de un café, también de los calentamientos que más de
una vez te habrás llevado con ese zangolotino que da más guerra de la cuenta y
que apenas si ha abierto sus libros más allá de la novena página. Posiblemente
empezarás quizás a verlo todo desde otra perspectiva, pues cuando estamos en
activo yo creo que vivimos excesivamente encorsetados entre las paredes del
instituto y no vemos que más allá hay otro mundo, acaso más pragmático, que
aborda el devenir de nuestros alumnos de un modo más frío y duro que como lo
entendemos nosotros cuando están en nuestras clases. Bueno, no importa eso
demasiado; a fin de cuentas esa mezcla de cierto romanticismo del día a día en
clase con el realismo de puertas afuera ha funcionado y equilibrado el
desarrollo de sus vidas y la nuestra también. Asimismo podría decirte,
recordando la letra de la hermosa canción “Lucía” de Serrat, que no hay nada
más amado que lo que se pierde, aunque
está claro que Serrat se refería a los asuntos amorosos. Pero te aseguro
que también es aplicable a tan hermosa profesión como es la tarea docente
cuando después de tantos años, refinando seseras y tratando de sensibilizar a
los chiquillos, dice uno adiós. Menos mal que el equipaje nos lo llevamos
cargado de hermosas y fructíferas vivencias de las que aprenden nuestros
alumnos y, no lo olvidemos, nosotros también. Ese es tu mejor regalo en estos
días repletos de emociones; a rebosar diría yo.
Para finalizar me gustaría decirte, pues debes conocer muy
bien qué te depara el futuro inmediato, que también debes acostumbrarte a que
ya no te llegará el eco de tantos y tantos piropos que siempre te han lanzado
tus alumnas y, por qué no decirlo, tus propias compañeras, pues a nadie se le
oculta que eres el tío más guapetón del claustro del IES Fuengirola Nº 1; lo
siento, compañero, tienes que saber lo que perdemos cuando nos jubilamos,
aunque te recuerdo que estás aún a tiempo. Pero, oye Luis, lo que no se perderá
nunca es esa marca que has dejado en tus alumnos y que formará parte ya de ellos para siempre; esa
marca que se instala en el alma de la buena gente que pasa por nuestro
instituto y que lleva grabado, entre otros,
un nombre que se escribe con letras mayúsculas: Luis Carlos Simarro,
magnífico profesor, excelente compañero y un buen amigo. Felicidades y un
fuerte abrazo para ti, para Alicia y para tus hijas."
Juan Leiva León