30 de marzo de 2012

De cuando Dickens estaba en todas partes...

   Cuando regreséis de las santas vacaciones os encontraréis en vuestras aulas un nuevo número de "Biblioteca abierta", el número 26 ya. Este número va dedicado al novelista decimonónico Charles Dickens en su integridad y hoy cuando ojeaba el primer ejemplar recién sacadito de la guillotina se me agolpaban de tal manera los recuerdos dickensianos que no pude sino sentarme delante del teclado y dejarlos aquí, para quien pudieran interesar...
   Y es que hubo una época en la que no era necesario haber leído a Dickens para conocerlo. Se me hace raro, por ejemplo, pensar en una navidad en la que no pasaran Oliver Twist por la tele. Me recuerdo siguiendo absorta con mis primos aquella versión musical en blanco y negro en casa de mi abuela y mirándonos sobrecogidos cuando Oliver se atrevía a pedir una ración extra de gachas al terrible cocinero del orfanato. Difícil era también que no cayera en aquellas señaladas fechas la Canción de navidad de la que había mil versiones; en concreto, nunca olvidaré un corto de Disney que adaptaba el famoso relato dickensiano con sus habituales personajes de Mickey, Donald y compañía. Aquel corto lo pasaron con el reestreno de Blancanieves que yo ví a mis siete añitos en un cine sevillano que seguro ya habrán cerrado (pocos se resisten al terrible avance de las multisalas); pues bien, durante años tuve pesadillas con la escena del terrorífico fantasma de las navidades futuras que enseñaba una tumba abierta e infernal al protagonista...
   Pero, desde luego, nada como Dickens en directo, el tú a tú a través de las páginas de una de sus novelas. Creo que empecé con las tristes desventuras de La pequeña Dorrit, libro que releí con nueve o diez años, en particular aquellas últimas páginas en las que la pobre Dorrit por fin escapaba de los tristes muros de la prisión. ¡Y cuántas lágrimas derramé con David Copperfield! Qué azarosa vida la de aquel chico y cómo respiraba el lector cuando iba superando tantísimos obstáculos en su camino.
    Ya de adulta retomé las lecturas dickensianas a través de Casa desolada, Los papeles del club Pickwick o Historia de dos ciudades, pero, como suele pasar, ninguna de ellas tiene en mi memoria el sabor de aquellas otras que devoré de niña.
  Fue además Charles Dickens quien me abrió la puerta a la novela inglesa decimonónica, con la que tanto he disfrutado, que me ha hecho conocer la geografía inglesa casi mejor que la española, y familiarizarme con todas aquellas institutrices, todos aquellos cottages, los bailes de salón, las partidas de bridge, la temporada de baños en Bath... a través de Jane Austen, las Brönte, George Eliot o Wilkie Collins . Todo un mundo literario que merece la pena descubrir.


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