3 de febrero de 2015

EL RINCÓN LECTOR

  Si habéis terminado de leer vuestro último libro y no sabéis que elegir ahora, aquí os dejo unas sugerencias que vuestros "profes" han escrito pensando en vosotros.

NOTA: Para no "bloquear" demasiado al pensamiento, os iré dejando dos recomendaciones cada semana.
También podéis leerlas en el tabló del patio exterior.


DESEANDO AL DESEADO.


CUATRO “NOCHES DE BODAS” PARA FERNANDO VII
                                                               Por Mª Dolores Garrido

      Estudiar la materia de Historia en cualquiera de sus variantes puede resultarnos un tanto aburrido si no sabemos encontrar un “punto de enganche” que nos mantenga alerta y ávidos de conocer distintos enfoques e intereses de los personajes que en ella han intervenido. En este punto se puede englobar el título de esta recomendación que, aunque aporta un contenido un tanto morboso, no deja de ser rigurosa y estar documentada.


Si atendiéramos a las palabras de Juan Eslava Galán, jienense que en 1995 escribió una estupenda "Historia de España contada para escépticos":


 “a Fernando... lo habían casado con su prima hermana María Antonia Borbón Lorena, una chica menuda, más fea que guapa, rubia, de ojos claros, nariz borbónica y carácter dulce. Falleció de una tuberculosis galopante a los tres años de casados. Fernando, en el exilio de Valenzay, intentó casarse por segunda vez con alguna sobrina de Napoleón, pero el emperador no se dignó acceder. A su regreso de Francia, ya rey y Deseado contrajo segundas nupcias con su sobrina carnal María Isabel Francisca de Braganza, hija de los reyes de Portugal, a la que llevaba diez años (su madre es la que no se le ve la cara en el retrato de Goya de la familia de Carlos IV). Ella era gorda, mofletuda, los ojos saltones y apagados, nariz grande y boca pequeña y torcida. En la verja de palacio amaneció un malvado pasquín liberal: Fea, pobre y portuguesa... ¡Chúpate esa!. Murió la pobre a los dos años, sin haber producido el ansiado heredero.
Ya tenía el rey treinta y cuatro y comenzaba a preocuparle la falta de descendencia. Por eso no esperó ni siquiera un año para casarse de nuevo, y van tres, esta vez con su prima segunda María Josefa de Sajonia. La chica, monilla y espiritual, sólo contaba dieciséis años y nadie le había explicado cómo se fabrican los niños. Tuvo que mediar nada menos que el Papa para que la chica, una vez instruida en los misterios de la vida y en los rudimentos de sus deberes conyugales, se entregara a los deseos de Fernando. Ni siquiera la intervención papal persuadió a la Providencia a bendecir aquel matrimonio con su heredero. Pasaban los años y la reina no tenía hijos a pesar de que todos los veranos la corte peregrinaba al balneario de Sacedón, otras veces a Solán de Cabras, a tomar las aguas que tenían fama de ser muy engendradoras....Murió en 1829, a los veinticinco años de edad, sin haber traído descendencia. Fernando, cuarentón, baldado por la gota, pensó en casarse de nuevo. Necesitaba a todo trance un heredero... Esta vez prefirió una meridional, su sobrina María Cristina de Borbón, de veintitrés años, una napolitana alta, morena, de anchas cadera y nada mojigata. Hasta guapa era, si se le excusa la nariz familiar. El aventajado rey concibió una pasión senil, como consecuencia de la cual la nueva reina quedó preñada"  De aquí saldría la futura Isabel II, el conflicto sucesorio, las guerras carlistas, etc.



Cuanto menos esta historia nos deja con la boca abierta, ¿no? Pues, curiosidades aparte, en nuestra biblioteca tenemos un amplio repertorio no sólo de manuales, enciclopedias sino también de novela histórica donde poder “empaparnos” de todos los entresijos que acompañaron a nuestros personajes, hacer la materia más llevadera y tener un conocimiento de la Historia más variado… Ni que decir tengo que os animo a que empecéis…






EL DIABLO DE LOS NÚMEROS
 HANS MAGNUS ENZENSBERGER 
                     Por Rocío Moreno

En los sueños, todo es diferente al colegio o a la ciencia. Cuando Robert y el diablo de los números hablan, se expresan a veces de forma bastante extraña. Tampoco esto es sorprendente, pues El diablo de los números es precisamente una extraña historia. En los sueños no existen estas expresiones especializadas. Nadie sueña con palabras extranjeras. Así que cuando el diablo de los números habla en imágenes y hace saltar los números en vez de elevarlos a potencias, no es sólo cosa de niños: en sueños, todos hacemos lo que queremos.

Capítulo 3
A Robert no le importaba que el diablo de los números le asediara en sueños de vez en cuando. ¡Al contrario! Sin duda el anciano era un sabelotodo, y sus ataques de ira no resultaban especialmente atractivos. Nunca se podía saber cuándo se hincharía y le gritaría a uno, con la cabeza enrojecida…

-¿Por qué das tantas vueltas? -preguntó el diablo de los números. Robert vio que su cama estaba en una cueva.
El anciano estaba sentado ante él, haciendo girar su bastón en el aire.
-¡En pie, Robert! -dijo-. ¡Hoy vamos a dividir!
-¿Es preciso? -preguntó Robert-. Por lo menos podrías haber esperado a que me durmiera. Además, no soporto las divisiones.
-¿Por qué no?
-Mira, cuando se trata de sumar, restar o multiplicar, salen todas las cuentas. Sólo al dividir no. Entonces suele quedar algún resto; me parece una pesadez.
-La pregunta es cuándo.
-¿Cuándo qué? -preguntó Robert.
-Cuándo queda un resto y cuándo no -le explicó el diablo de los números-. Ese es el punto de partida. A algunos números se les ve en la cara que se les puede dividir sin que quede resto…

-Tienes que saber que existen números, absolutamente normales, que se pueden dividir; y luego están los otros, aquellos con los que eso no funciona. Yo los prefiero. ¿Y sabes por qué? Porque son números de primera. Los matemáticos llevan mil años rompiéndose la cabeza con ellos. Son unos números maravillosos. Por ejemplo el once, el trece o el diecisiete.
Robert se sorprendió, porque de repente el diablo de los números parecía extasiado, como si estuviera disolviendo en la boca una golosina.
-Y ahora por favor, dime, querido Robert: ¿cuáles son los dos primeros números de primera?...

Coge cualquier número mayor que uno, no importa cuál, y duplícalo.
-222 -dijo Robert-. Y 444.
Entre un número así y su doble siempre, pero SIEMPRE, hay al menos un número de primera.
-¿Estás seguro?
-307 -dijo el anciano-. Pero funciona también con cifras inmensas.
-¿Cómo lo sabes?
-Oh, aún falta lo mejor -dijo el anciano, incorporándose. Ya no había forma de pararlo.
Coge cualquier número, no importa cuál, siempre que sea mayor que dos, y te demostraré que es la suma de dos números de primera.
-48 -exclamó Robert.
-Treinta y uno más diecisiete -dijo el anciano, sin pensárselo demasiado.
-34 -gritó Robert.
-Veintinueve y cinco -respondió el anciano. Ni siquiera se quitó la pipa de la boca.
-¿Y sale siempre? -se admiró Robert-. ¿Cómo es posible? ¿Por qué es así?
-Sí -dijo el anciano; frunció el ceño y se quedó mirando los anillos de humo que lanzaba al aire-, eso me gustaría saber a mí. Casi todos los diablos de los números que conozco han intentado averiguarlo. La cuenta sale siempre, sin excepción, pero nadie sabe por qué. Nadie ha podido demostrar que es así.

-¡Eso sí que es fuerte!, pensó Robert, y no pudo por menos que reír.
-Me parece realmente de primera -dijo.
Le gustaba que el diablo de los números contara esas cosas. Como siempre que no sabía cómo seguir, ponía una cara un poco irritada, pero enseguida aspiró su pipa y se echó a reír también.
-No eres tan tonto como pareces, querido Robert. Lástima, tengo que irme. Esta noche aún tengo que visitar a unos cuantos matemáticos. Me di-vierte atormentar un poquito a esos tipos.
Y enseguida se hizo cada vez más tenue. No, no exactamente tenue, cada vez más transparente, y luego la cueva se quedó vacía. Sólo una nubecilla de humo seguía flotando en el aire. Las cifras pintadas en la pared se borraron ante los ojos de Robert, y la cueva se le antojó blanda y cálida como un edredón. Intentó recordar qué era lo maravilloso de los números de primera, pero sus pensamientos se hicieron cada vez más blancos y nubosos, como una montaña de blanco algodón.

Pocas veces había dormido así de bien.

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