CORAZÓN CON ALAS
Capítulo 1 : Recuerdos.
Si Éthalos no hubiese
sabido que aquello estaba mal, se habría quejado, habría convocado una junta e
incluso se habría indignado por tal acusación; pero desde el principio había
sabido que lo que había hecho estaba penalizado con el mayor de los castigos,
La Caída.
Aquello era la expulsión del Paraíso y la transformación en
demonio, el mayor de los deshonores para un ángel. Pero todo aquello había
dejado de importarle al ángel cuando conoció a Camille.
Todo había comenzado como un día cualquiera, aquel mes le
tocaba a él revisar el pueblo donde se encontraba la puerta al Paraíso de su
Dios. Él servía a uno de los miles de dioses que existían en la cultura de los
humanos. Como era habitual lo habían prevenido de la belleza natural de las
mujeres humanas y le habían prohibido expresamente que se acercara a ninguna de
ellas, pero en aquella ocasión el joven ángel no hizo caso a los consejos.
La había conocido mientras ella se dirigía hacia el bosque y
al ángel le había llamado la atención que fuera sola, como si algo lo atrajese
había ido tras ella. La había seguido hasta un pequeño manantial donde ella
había sumergido la cabeza y había rezado en voz baja, tal vez buscando la cura
para alguna enfermedad de un familiar. O eso había pensado Éthalos hasta que la
vio de frente. Era hermosa, de cabellos pelirrojos, esbelta y de finos y
pálidos rasgos, pero sus ojos estaban ocultos por una acuosa película azul; era
ciega.
Éthalos, tal vez conmovido o tal vez curioso, se había
acercado a la muchacha.
—¿Cómo te llamas? —había preguntado el ángel.
La joven mujer alzó las manos al aire, sin saber dónde se
encontraba el muchacho. En aquel momento Étahlos supo con certeza de que ella
no sabía que era un ángel, con cuidado le dejó tocar su rostro. Sintió sus
dedos recorrer su cara, con cuidado y lentamente; tocando cada hueco. De pronto
paró en seco.
—¿Te conozco? —dijo ella, con un matiz de terror en su voz.
—No, no me conoces —contestó Éthalos con cuidado.
La joven asintió.
—No tengo dinero y soy ciega, no puedo ofrecerte nada —dijo
la muchacha y caminó hacia el sendero.
Éthalos la siguió.
—No quiero nada de ti, solo saber tu nombre.
La joven se dio la vuelta, y de alguna manera que ni el ángel
logró entender, su mirada desprendía fuerza.
—Me llamo Camille, vivo en el pueblo de ahí al lado, si grito
me escucharán.
Pero a Éthalos no le importó aquel comentario.
—¿Naciste ciega? —preguntó con descaro.
El rostro de la joven se contrajo en una mueca de dolor,
asintió.
—¿Qué quieres? —dijo Camille y el ángel notó el dolor de sus
palabras.
Fue en aquel instante, mientras miraba a la simple humana,
cuando Éthalos supo que se había enamorado de ella; comprendió entonces que
cada vez que la viese se enamoraría más profundamente.
—¿Sabes lo que es un ángel? —dijo él.
Camille asintió guiándose hacia él con recelo.
—Yo soy uno, es más, soy uno de los mensajeros del Dios en el
que crees y al que le pides cada día que te de la visión que perdiste cuando
aún no habías nacido. ¿Me equivoco?
Los ciegos ojos de Camille se habían llenado de lágrimas.
—Lo ángeles no existen —susurró la muchacha—. Si existiesen no sería ciega.
Éthalos sintió su corazón desgarrarse y se acercó a Camille
hasta sentir su aliento; con cuidado, cogió sus manos y las llevó hasta sus
alas.
—Existo y pienso ayudarte.
Camille había dejado de llorar, pero aún sollozaba de
emoción.
—Gracias —susurró y lo abrazó.
Los meses siguientes habían pasado con rapidez, Éthalos
visitaba a Camille cada pocas semanas y charlaban al lado del río, pero nunca
le había dicho que aquello que hacía estaba prohibido y podría traerle graves
consecuencias. Con el tiempo la joven
había terminado enamorándose profundamente de él y al cabo de medio año Éthalos
le dio una sorpresa.
—¡Camille! Traigo muy buenas noticias —dijo el ángel, mientras
aterrizaba en la orilla y se sentaba al lado de la joven.
Camille estaba sentada en la orilla del río, con los pies
metidos en el agua. Alzó una mano y al tocar la del ángel se tranquilizó.
—¿SÍ?
—Desde que te conocí he estudiado magia de curación y creo
poder curar tu ceguera —dijo el joven con la emoción contraída.
Camille se levantó como impulsada por un resorte.
—¿De verdad?
—Sí. Déjame intentarlo.
Éthalos cogió las manos de Camille y las puso sobre sus
hombros, luego llevó las suyos al rostro de la joven y de ahí, a sus ojos. La
muchacha se estremeció de terror.
—Confía en mí, Camille.
Éthalos se sumió en una oración en un extraño idioma y con
paciencia y cuidado movió las manos sobre los ojos de la joven.
—No abras tus ojos hasta que te lo diga —dijo el ángel y se
apartó de ella.
Alzó la vista al cielo y luego la bajó lentamente hasta los
ojos cerrados de Camille.
—¡Ahora! —dijo Éthalos deseoso de ver los resultados.
Camille abrió despacio sus ojos y su rostro se iluminó, como
ninguna de sus sonrisas podría haberlo hecho. Dejó escapar un sonido cargado de
emoción y luego se llevó las manos a los ojos y lloró, lloró de alegría como nunca. Éthalos estuvo allí con ella, abrazándola
y consolándola, aquel día los unió como nada podría haberlo hecho.
Capítulo 2: Caída.
Éthalos se había emocionado de recordar aquello, algo que
había sucedido hacía ya cuatro años. Pero el joven ángel sabía que estaba perdido
y, sobre todo, que no volvería a ver a Camille. Era esto último lo que más le
dolía, más incluso que perder sus alas y sus privilegios como ángel. Uno de los
ángeles mayores lo llamó, se encontraban al filo de un acantilado. Bajo ellos
solo había nubes.
—Éthalos, hijo de Erel y Cared, como vigilante te destierro a
la tierra como demonio. Te alimentaras de todo cuanto halles a tu paso. Durante
la mañana serás un simple diablillo, al mediodía estarás lo más cerca de un
ángel que se te conceda y al atardecer te convertirás en una bestia y devorarás
todo y a todos.
Éthalos lo escuchó con la mirada baja y al terminar el
discurso levantó las vista y miró a los allí presentes.
—Yo me convertiré en un horrible ser, pero al menos habré
conocido lo que es amar —dicho esto, Éthalos sonrió y se lanzó al vacío.
Camille se sentía sola desde la desaparición de Éthalos y el
joven ni siquiera le había mandado ningun mensaje. Se sintió desamparada y sin
decírselo a nadie se dirigió al lago del bosque. Había llevado en secreto su
amistad y más tarde su romance con el ángel; él nunca le había hablado de lo
que podía pasarle si los pillaban juntos, pero Camille sabía que podía haber
consecuencias. Aún así Éthalos había acudido a todos sus encuentros o al menos
había sido así hasta hacía algunas semanas. Camille sintió la bilis en la
garganta y los ojos llorosos, si Éthalos moría o si le pasaba algo, ¿qué haría
ella? Se quedaría sola y sabía con certeza que no podría volver a enamorarse.
Se sentó a la orilla del río y metió los pies en el agua. Se
llevó las manos a la cara y lloró, encogida sobre sí misma, porque sabía de
alguna forma que algo le había pasado a su ángel.
Pasaron varias semanas y Camille seguía sin saber nada de
Éthalos, cada día que pasaba sin conocer el paradero del joven su corazón se
rompía. Por ello, al mes sin saber del ángel se encaminó hacia la cabaña de un
viejo hombre, de él se decían muchas cosas, pero el mayor de los rumores era
que aquel hombre era un mago; aquellos seres eran hijos de ángeles y humanos y
gracias a ello tenía acceso a la magia, tanto negra como blanca.
Capítulo 3: Magia.
Camille no tardó en encontrar la cabaña. Era una casa
pequeña, de color roble y hecha de tablones de madera. Camille llamó a la
puerta varias veces antes de que alguien la abriese. Era un hombre bajo, de
pelo castaño y rostro más joven de lo que Camille se esperaba, no aparentaba
ochenta años como le habían dicho, sino unos cuarenta.
—¿Qué quieres jovenzuela? —dijo el hombre con una ronca y
profunda voz.
—He oído que es usted un mago —dijo Camille sin saber muy
bien si aquello era lo correcto.
El hombre la miró y clavó unos oscuros ojos en los suyos.
—Se equivoca señorita, yo no soy un mago sino un brujo; yo
nací con la magia no aprendí a crearla. Pero mi poder no es por lo que ha
venido, ¿me equivoco? —dijo el hombre, lanzándole una mirada que ni siquiera
Camille logró entender.
La muchacha asintió. De ello estaba segura, no había ido a
aquel lugar a preguntarle al hombre por su poder.
—Sé lo que los brujos son capaces de hacer. Sé que puede
encontrar personas perdidas, incluso…ángeles.
El hombre la miró con gravedad.
—Será mejor que pase, señorita.
El hombre hizo pasar a Camille a su humilde cabaña, solo
amueblada por dos sillones y una pequeña mesa, al fondo una puerta cerrada
seguramente llevaba a las demás estancias de la casa. Camille vio en la mesa un
retrato de dos personas, una mujer ángel y un hombre, junto a ellos un chico de
unos siete años, que sonreía con bondad.
—Por favor tome asiento —dijo el brujo, que ya se había
sentado.
Camile se sentó cuidadosamente en el otro sillón.
—Dime jovencita, ¿cuántos años tiene? Yo tengo
aproximadamente seiscientos, aunque dejé de celebrarlo cuando alcancé los
cuatrocientos.
Camille clavó sus ojos en los del hombre, asombrada por
aquella afirmación.
—Tengo veintitrés ¿Por qué desea saberlo?
El hombre hizo un gesto, quitándole importancia a aquella
pregunta. Pero seguía mirándola con pesar, como si supiese algo que ella no.
—¿Qué desea de mí? —dijo el hombre inclinándose en el sillón.
Camille se aclaró la garganta y le explicó su historia y la
de Éthalos, contándole como se habían conocido y como de una gran amistad
habían nacido un romance; también le contó que creía que podía haber sido
castigado, y en tal caso si él podía encontrarlo.
—Sabes… mi madre fue un ángel y mi padre un humano, cuando mi
padre, como cualquier mortal, murió; mi madre no pudo soportarlo y se suicidó.
Yo solo tenía treinta años, pero aprendí solo a controlar mi poder y a
utilizarlo como debía hacerlo. Para ayudar a los humanos; los de arriba nos llaman, a los
brujos, los Ángeles de la Tierra. Pero sí, mi madre también fue castigada y
tuvo mi padre que encontrarla y libelarla de su prisión. Puedo encontrar a tu
ángel, pero solo tú puedes sacarlo de su celda.
Camille asintió.
—Haré lo que sea. ¿Qué quiere a cambio?
El brujo negó con la cabeza.
—Saber tu nombre. Pero no te preocupes, todo a su debido
tiempo.
—Camille.
El hombre asintió.
—Busquemos a tu ángel.
Capítulo 4: Búsqueda.
Camille salía de la cabaña esperanzada, cuando Morz la llamó
por última vez.
—Te cuidado, joven. Acuérdate de lo que te he dicho, si te
sale mal la jugada… Podrías perder más que tu propia vida.
Camille asintió y salió de allí. Aquel hombre le había no
solo revelado la posición de su amado Éthalos, sino también algo que la había
dejado helada. Pero no tenía tiempo para preocuparse debía encontrar al ángel y
liberarlo de su estado. Sabía que aquello no iba a ser fácil, pero no estaba
dispuesta a rendirse a la primera. Con su habitual terquedad se introdujo en el
espeso bosque, sin darse cuenta de que el brujo la velaba desde la puerta:
protegiéndola.
Camille no tardó en encontrar el rastro de muerte y
destrucción propio, había dicho Morz, de los demonios más temibles. Con cuidado
esquivaba los cuerpos desmembrados de los conejos y ardillas, ensangrentados
animales sin cabeza o incluso árboles muertos y sacados de cuajo. Aquel bosque,
al principio hermoso, se había convertido en un lugar lleno de muerte y
destrucción. Pero Camille no era asustadiza y siguió adelante, con la fiereza
de alguien que buscaba a su amor.
Lo primero en alertarla de que el demonio, en el que se había
convertido Éthalos, estaba cerca: fue el amontonamiento de criaturas muertas de
los alrededores, luego le llegó a los oídos gritos de agonía, pero quizá no
eran los de los animales, sino los de Éthalos. Aquello la llenó de esperanza,
pero a la vez de horror ¿Y si su amado no la reconocía? ¿Y si intentaba
devorarla? Morz le había dicho que mientras no atardeciera Éthalos no estaría
en su peor forma. Pero aunque las dudas llenaban su mente no se desalentó y
siguió adelante.
Lo encontró en su segunda forma, como había dicho el brujo.
Estaba sentado sobre una roca de espaldas a ella, su cuerpo se convulsionaba.
Ya no era el hermoso y estilizado cuerpo de un ángel, sino un cuerpo deforme y
azulado, pero de un color enfermizo. Sus alas, parecían arrancadas a tirones y
eran negras. Camille pisó una ramita, que crujió, alertando al demonio que
antes había sido su ángel. La chica, que ya experimentaba con horror y temor la
transformación de su amado, se quedó sin palabras al contemplar el aspecto de
los ojos de Éthalos. Unos ojos amarillos, pero a la vez oscuros, muy tristes
que la miraban con entendimiento y vergüenza. Camille se llevó una mano a la
boca y se acercó a él, dispuesta a abrazarlo. Pero Éthalos alzó una mano,
posicionándola ante él y contra la chica.
—Preferiría que no me hubieras visto así. Debes irte Camille,
alejarte de este bosque y si es posible de este pueblo. Lejos de mí, soy una
deformación. Lárgate antes de que anochezca no quiero hacerte daño —dijo
Éthalos y se dio la vuelta para volver a sumirse en el silencio.
Camille dio un paso más.
—Por favor. Podremos arreglarlo, podemos pedirle ayuda a un
brujo, él podría curarte. Podríamos…
—¡Cállate, por favor! —gritó Éthalos.
Camille sintió el dolor de su voz y quiso ayudarlo.
—¡Te quiero! No podré querer a otra persona por favor déjame
ayudarte.
El demonio negó con la cabeza.
—No hagas esto más difícil. Camille, junto a mí, no tendrás
futuro. Morirás si te quedas junto a mí —dijo, frente a ella.
Estaban tan cerca que podrían abrazarse, pero tan lejos a la
vez…
—Preferiría morir aquí, que vivir en otro sitio —dijo la mujer
con determinación.
Éthalos se llevó las manos a la cabeza, con un gesto de
dolor.
—¿No te das cuenta? ¡Ya empieza! ¡Pronto habrá comenzado y no
podrás huir! Vete por favor. No podré controlarlo, no podré frenarlo ni
salvarte… —dijo Éthalos con los ojos llenos de lágrimas.
Camille vio como el sol se ponía, lentamente y supo que sino
escapaba el demonio la mataría. Pero si se iba moriría de pena. Aún guardaba un
as en la manga, si lo utilizaba con sabiduría a lo mejor podría salvar a su
amado ángel.
—Da igual. Moriré aquí si hace falta, pero no voy a
abandonarte.
En aquel momento Éthalos dejó de escucharla y se retorció de
dolor, cayendo al suelo; los espasmos empezaron en los pies y se extendieron
por todo el cuerpo. Pronto su cuerpo se envolvió en una niebla. Camille
retrocedió, asustada. Ante ella, ya no se encontraba el demonio de estatura
humana, ahora había un gigante de piel roja y oscuros ojos negros, llenos de la
maldad más absoluta.
El demonio rió.
—Veo que hoy tendré un banquete especial —dijo y Camille
comprendió que aquel no era Éthalos.
El rostro de la mujer se llenó de la más profunda
determinación y dio un paso al frente, dispuesta a todo. Pero las lágrimas
afloraban en sus ojos.
—¡Éthalos!¡Si aún sigues ahí, escúchame!¡Tengo algo que
decirte! —el demonio acercó una enorme mano a ella.
Ahora o nunca, pensó Camille.
—¡Espero un hijo tuyo, Éthalos! —gritó con la fuerza que le
permitió su débil voz.
El enorme demonio dio una sacudida y luego su cuerpo, de
pronto, comenzó a cambiar. Combatido por una fuerza mayor. La niebla volvió a
invadirlo y cuando se disipó y Camille pudo ver, se quedó sin palabras: Éthalos
estaba ante ella, como un ángel.
Los dos corrieron hacia el otro y se fundieron en un profundo
abrazo, luego se besaron.
—¡Te quiero! —lloró Éthalos.
Camille se refugió en sus brazos, sintiendo que estaba a
salvo por primera vez en mucho tiempo.
Epílogo : Brujo.
DOSCIENTOS AÑOS DESPUÉS…
El muchacho llegó a la cabaña al atardecer. Había esperado a
la muerte de su padre, para acudir. Pero como le habían prometido sus
progenitores el hombre le abrió en seguida. Como si llevase mucho tiempo
esperándolo. El chico sintió como al hombre se le iluminaron los ojos, pura
alegría.
—Soy Morz, hijo de Sol y Henry.
El joven se sintió pequeño ante aquel hombre. Él apenas tenía cien años, hasta incluso
todavía conservaba el aspecto de un muchacho de veinte. Su madre había muerto
hacia algún tiempo y su padre se había ido tras ella, pero él sabía dónde
acudir. Se lo habían advertido.
—Soy Uriel, hijo de Éthalos y Camille. Me dijeron que te
conocieron y que tú cuidarías de mí. Me harías digno de mi poder.
A Morz le brillaron los ojos de emoción.
—Desde que murió mi madre, me he sentido solo. Ayudé a tu
madre hace mucho tiempo, me dijo que a cambio podría educarte como a mi hijo
cuando ella y tu padre muriesen. Somos muy longevos, hijo. Nos queda un gran
camino por recorrer.
Uriel sonrió, se podía palpar la bondad de aquel hombre; de
alguna manera supo que podía confiar en él, como lo había hecho en sus padres.
Él era un brujo, pero necesitaba un maestro.
Lucía Benítez Luque. 2º ESO B
1º PREMIO RELATO CORTO
1º PREMIO RELATO CORTO
CONFUSO Y ATURDIDO
Abrió los ojos y buscó el reloj de su muñeca: eran
casi las tres.
Adormecido apoyó los pies en el suelo mientras
pensaba qué tiempo habría fuera. Abrió la ventana con la certeza de que era un día
gris, pero los rayos de sol chocando contra su rostro pálido lo cegaron por un
instante. Enseguida volvió a cerrarla y se percató de que había algo que se le
estaba pasando por alto, pero sin darle demasiadas vueltas volvió a tumbarse en
la cama; adivinando qué comería hoy, planeando qué ver en la televisión esa misma
tarde, pensando si su concursante favorito de aquel reality show que tanto le
gustaba, habría sido expulsado la noche anterior.
Entre tanto pensar, volvió a dormirse unos minutos
más, pero la ventana que mal habría cerrado se abrió de repente gracias a una
fuerte ráfaga de aire, chocando contra
la pared y haciendo un ruido imponente que lo trajo de vuelta al mundo real.
Decidió que era hora de ponerse en pie y rebuscando entre la montaña de ropa
que había sobre la silla, encontró su bata. Salió de la habitación y se dirigió
hacia el servicio, del cual salió a los diez minutos creyendo que la cena de la
noche anterior no le había sentado nada bien.
Tras cruzar el pasillo largo y estrecho llegó al
comedor. Y la vio.
La nota estaba sujeta en la puerta de la nevera
por un imán con forma de toro, el cual sostenía, por un lado, una ondulante
bandera española, y por el otro, un característico cartel que anunciaba: “Paella, sangría, tapa y tortilla”, y del
cual él nunca se había percatado hasta ese día.
La nota era clara y con pocas palabras:
“Me
voy
Te dejo”
Sintió un escalofrío por todo su cuerpo, creyendo
que iba a desmayarse. Atónito, se sentó de cuclillas para intentar entender lo
que estaba pasando y decirse a sí mismo que se calmase, pero no tuvo fuerzas para resolver.
Sentado en el parquet comenzó a recordar la
discusión del día anterior, la cual lo dejó tan agotado que se fue a dormir
sobre las nueve, perdiéndole a ella el rastro... para siempre. Tal vez, en lo
más hondo de su interior supiese que ese día llegaría, pero nunca quiso verlo
realmente. Sentía que eran el uno para el otro, que eran parte el uno del otro,
que en el mundo no habría personas que pudiesen entenderse como ellos se
entendían. Nunca creyó que ella fuese realmente a abandonarlo, pues solo se
tenían a ellos mismos, y desde hacía treinta y cuatro años no podían vivir el
uno sin el otro.
Intentó no pensar en las cosas que había hecho
mal, pues le aturdían y llenaban de lágrimas los ojos. Se culpó por no haberle
dedicado el tiempo que ella se merecía, por cuestionarla en todo momento, por
no decirle lo bueno que estaban sus guisos y lo guapa que era.
Eso. Guapa. Tan guapa que de pronto se le ocurrió
un posible motivo para dejar de culparse a sí mismo por este compungido
desenlace.
¿Y si se había ido con otro hombre?
No quería ni pensarlo, aunque la idea cada vez fue
cobrando más fuerza y en su cabeza todo apuntaba a ello. Las amenazas de ella
en cuanto a librarse de él, lo asaltaban en su mente, pero nunca creyó que ella
fuese capaz. Se encendió de rabia y fue en busca de un pitillo que lo ayudara a
tranquilizarse, pero no encontró la cajetilla y estalló. Comenzó nuevamente a
llorar, maldiciéndola por todo el daño causado, por los días y noches
compartidos, por haberle desatendido impúdicamente, por haberle dejado ultrajado,
sin más que una paupérrima nota.
Pateó todo lo que estaba a su paso, arrastró con
sus gruesos y pesados brazos todo lo que había en la mesa del comedor,
destrozando entre otras cosas, esa azucarera amarilla que a ella tanto le
gustaba, y que él le había regalado porque hacía juego con las cortinas de la
cocina. Buscó éstas últimas con la mirada y
abalanzándose sobre ellas las arrancó de un solo tirón, lleno de ira,
lleno de desilusión.
Afligido y arrodillado en el suelo, con los puños
cerrados y las cortinas arrugadas en sus manos, notó que algo se movía. Advirtió de que el movimiento se había producido en dirección a la nevera. Se
giró del todo y vio que la nota, cuyas palabras marcarían un antes y un después
en su vida, se había desprendido vagamente de ese imán tan particular, pero sin
dejarla caer.
Se puso en pie para entrever si, otra vez, hubiese
vuelto a dejar abierta alguna ventana, pero recapituló en que no había abierto
ninguna en esa zona de la casa y se puso en marcha hacia el dichoso papel que
parecía tener vida propia.
A tan solo dos pasos y, una vez lo tuvo en sus
manos, no daba crédito a lo que estaban viendo sus ojos. La nota recitaba:
“Me
voy a casa de la tía Loli.
Te dejo embutido en la nevera.”
Por un instante creyó estar durmiendo aún en su
cómoda y plácida cama, arropado por ella, pero rápidamente visualizó los
destrozos que había ocasionado.
En ese mismo momento, su madre entraba por la
puerta.
Micaela Regner, 2º BACH C1º PREMIO RELATO CORTO
NO,
SI NO ES CONTIGO
Abrí los ojos al escuchar que la puerta de la casa
se abría. Era él. Hizo que empezara a temblar y que me agarrara fuertemente a
la almohada. Llegaba una noche más, borracho y gritando mi nombre. Yo me hacia
la dormida mientras intentaba aguantar el llanto. Cerré los ojos y me quedé
inmóvil. Sentía sus pasos cerca. Llegó a la habitación. Sabía que estaba
bastante cerca. Me acariciaba con su asquerosa mano la cara y mientras lo hacía
decía: cuanto te quiero mi amor, nunca podrás escapar, siempre serás mía. Se
fue de la habitación. Y empecé a llorar en silencio. Cuando me desperté estaba
esperando sentado en el sofá. Me preguntó que donde iba . Le dije que iba a
comprar. Me dijo que no tardase mucho. Cerré la puerta del coche y por fin me
relaje. El coche era como mi lugar de escape. Me entretuve más de la cuenta y
sabia que por ello pagaría tarde o tempano. Cuando llegué tuve la suerte de que
él no estaba.
Unos días después salimos a comer con sus amigos .
Delante de ellos se comportaba como si no pasara nada, como si jamás me hubiera
tocado con esa maldita correa, o simplemente con sus manos. Se comportaba
cariñoso como si fuera el mejor marido del mundo. Él alardeaba de que
llevábamos veinticinco años juntos y que dentro de unos meses celebraríamos nuestro
aniversario. Quién iba a decirme a mí lo que ocurriría posteriormente. En
cuanto llegamos a casa. Miró que no estuviera nuestro hijo. Evidentemente no
estaba, como de costumbre salía con sus amigos. Mi hijo siempre decía que
estaba harto de mis tonterías. Él apoyaba a su padre. Para él era como un
ejemplo a seguir. Era un calco del padre. Jamás me defendía, me decía que me lo
tenía merecido. Yo eso nunca lo he logrado entender. Siempre hacía caso a lo
que su magnífico padre decía. No sé si él sabía exactamente ya que cuando él
estaba nunca me pegaba. Era un niño consentido y yo no podía decir nada sobre
su educación ni sobre ningún asunto. Para ellos yo no era nadie. Bueno sí la
sirvienta y el juguete de la casa. El respeto mi hijo me lo viene faltando hace
ya tiempo, se cree que soy como un crio de su edad al que puede manejar a su
antojo, aunque no tuviera su edad me podía manejar y conseguir todo ya que la
autoridad la perdí hace tiempo. El padre era el que mandaba en todo .Ojalá
nunca lo hubiera conocido. Bueno pues como venía hablando. Después de verificar
que no estaba. Cogió esa maldita silla roja. Sí esa en la que me pegaba las
palizas mortales. Y que la sangre se disimulaba por tener ese color. Me dio
correazos en la espalda durante media hora. Luego de expresar su frustración y
su furia contra mí, se fue al bar a beber y pasárselo en grande. Mientras yo me
curaba las heridas. No sabía cómo salir de este infierno. Me miraba una y otra
vez en el espejo y me preguntaba si me merecía eso. Me sentí menospreciada,
humillada tenía la autoestima bastante baja. No entendía el amor que me tenía,
pero según él era amor verdadero. ¿estaría loca?.
He llegado a pensar que todo esto es mi culpa. Muchas
veces he pensado que como hemos llegado a tal punto si al principio él no era
así. Al principio de la relación era muy detallista, siempre estaba pendiente
de mí y de que no me faltara nada. Siempre me dejaba un mensaje de buenas
noches. Era cariñoso y todo. Tuvimos una fuerte pelea yo quería dejarlo pero él
me decía que se suicidaría como lo dejara y por miedo no lo dejé. Me he dado
cuenta de que las apariencias engañan. Le tengo asco a la vida. He visto muchas
veces en la tele el número sobre maltrato, al cual tendría que llamar. Pero
nunca me he atrevido. Sabía que como lo hiciera al día siguiente estaría
muerta. Y si no me mataba a mí. Mataría a su seguidor, a su hijo.
Un mes después, le dije que mi madre vendría a pasar
unos días a casa. Evidentemente no quería, ya que si venía ella no podría
pegarme a gusto. Yo he estado sin ver a mi madre y sin contarle nada durante
diez años. No tengo fuerzas para nada y además no sé si me defenderá o si será
como mi hijo. También sé que por decir esto me ganaría una buena paliza pero lo
tenía que intentar. Tenía que intentar salir de esto como fuera. Necesitaba que
alguien cercano me ayudara aunque sabía también que me echaría para atrás ya
que podría hacerle algo a mi madre, y permito que a mí me pegue que haga lo que
quiera pero con ella no. Yo sabía que con estas cosas estaba cavando mi propia
tumba. Y de vuelta a la silla roja. Pero conseguí que ella viniera unos cuantos
días.
Cuando, ella llegó a mi casa, mi marido fue
a recogerla al aeropuerto. Cuando llegó lo primero que me dijo es que era una
privilegiada por tener un marido así, ya que decía que le había contado que le
estaba apoyando con mi enfermedad. ¿ qué enfermedad tengo? pensaba una y otra
vez. Mi madre me veía como un enferma. Le pregunté que qué le había contado
acerca de mi enfermedad. Ella con lágrimas en los ojos me abrazó y no me dijo
absolutamente nada. Sabía que le había mentido él por la espalda se reía. En
ese momento de rabia lloré, mi madre creía que era por la supuesta enfermedad
pero no, evidentemente lloraba del asco y de la furia que yo sentía. Ella me
acariciaba con ternura, hacía tiempo que no sentía una buena acaricia. Ella me
contaba acerca de su vida y de lo mucho que me extrañaba. Me decía que durante
todo este tiempo ella había estado en contacto con mi esposo y que él le
informaba de todo y que cuando su hijo fue de vacaciones a su casa se lo pasó
muy bien pero que tenía que mantenerlo firme y con mano dura ya que era
consentido; y lo que ella no sabía que a la que tenían con mano dura era a mí.
Le respondí que tenía razón y que a partir de ahora la cosas cambiarían. Mi
madre se creía mis mentiras, las mías, las de mi hijo y las de él. Durante ese
fin de semana estuve muy relajada. Le pregunté a mi madre si se quería quedar
por un tiempo más. Ella me respondió que le encantaría pero que no podía ya que
tenía el billete de avión pagado para esa misma tarde. La despedida fue muy
emotiva, por su parte porque se despedía de una enferma y por mi parte porque
sabía que volvería a vivir el infierno. Así fue en cuánto llegó de dejar a mi
madre en el aeropuerto. Tocaba lo que tocaba, la silla tan odiada.
Me acosté, boca abajo, ya que la espalda la tenía
llena de correazos y con la cabeza de lado y que del puñetazo en la cara no
podía apoyarla. Venía de nuevo, diciéndome: no estaré con nadie que no sea
contigo. Yo soy tu esposo, en lo bueno y en lo malo. Lo repetía una y mil
veces. Me besaba donde anteriormente me había pegado. Con dolor aguanté el
tirón. A cada discusión una paliza más fuerte, es como decir que tengo premio
seguro, hagas lo que hagas paliza al canto. Sabía que como hiciera algo más que
al no le agradara su furia contra a mí iría a más, perdón dije su furia he
confundido el concepto era su amor hacia mi persona.
Fui a la calle me encontré con una amiga de la
adolescencia, me preguntó que cómo me encontraba y le dije que perfectamente.
Llevaba gafas de sol. Ella me dijo que me las quitase. Cuando lo hice le dije
que me había caído por las escaleras unos días atrás. Ella me dijo que le
estaba mintiendo. Ella me conocía bastante bien. Me ofreció su ayuda, pero
tenía mucho miedo. Ella me dijo que me fuese a su casa. No podía hacerlo, no
podía reaccionar. Ella me dijo que llamaría a la policía; le engañé le dije que
ya le había denunciado y que pronto tendría la orden de alejamiento. Se lo
creyó y después de esa larga charla se marchó. Ella lo llamó, se nota que no
pude convencerla; lo amenazó con denunciarlo, le dijo que se apartara de mi que
como se enterase de que me volvía a tocar el que lo pasaría mal sería él. Para
que le dijo nada, para que me quité esas malditas gafas. Cuando él me preguntó
si le había dicho algo, le dije que no, que no sabía cómo se había enterado. Su
furia fue a más. Esta vez me dejó inconsciente. Me estampó contra la vitrina
del salón. Me tuvo que llevar al hospital. Allí dijo que me caí por las
escaleras y que me había dado en la cabeza. Le creyeron. Claro quién no iba a
creerle, si todo el mundo pensaba que era una persona estupenda. Cuando
desperté una enfermera me dijo que vaya marido más bueno tenía, que tenía que
estar orgullosa de él y que si no fuese por él estaría muerta. Y lo que ella no
sabía que por él estaba en esa cama, por él estaba así. Después de esto si se
lo cuento a alguien pienso que nadie me va a creer. Ya me estoy empezando a
creer de verdad que estoy loca, todo lo que hace siempre saca algo y le da la
vuelta a la situación, hace que todo el mundo se crea sus pantomimas.
Regresé del hospital, estuve una semana en cama. Mi
marido no apareció por la casa en todo ese tiempo. En esa semana mi hijo
parecía más comprensivo conmigo, cuando no estaba el padre nuestra relación era
más cordial, era más cariñoso y cuidadoso conmigo. Yo ya no podía con esta
situación. Era o mi maltratador o yo. No tenía fuerzas para nada. No quería ni
hablar con nadie, ni coger el coche para relajarme. Ya me daba todo igual , si
me quería matar que lo hiciera pronto porque yo ya no podía más con esas
palizas.
Lo he pensado mucho. Cogí el bote de pastillas, que
el médico me mando para la depresión supuestamente por no trabajar y por mi
hijo. Ya que según le contó mi marido al médico decía que mi hijo me daba
muchos quebraderos de cabeza y que por eso estaba así y claro eso y no trabajar
me suponía dicha depresión. Bueno cogí el bote y empecé a tomarme pastilla tras
pastilla, quien me iba a decir que en ese momento entraría él, gritándome. Que
por qué quería dejarle, que estaríamos juntos para siempre y que no podría
defraudarle justo ese día. Era el día de
nuestro aniversario, él venía a recogerme para una fiesta que teníamos montada.
Le dije que como regalo de aniversario sería desaparecer y así ser todos
felices. Minutos después no sé exactamente de donde sacaría el cuchillo pero
señoría, no tuve culpa. Vi la luz ya que todo esto se acabaría de una vez por
todas .Me iba a matar a mí pero el que resultó herido por ese cuchillo en el
pulmón fue él. Notaba como caía la sangre sobre mí y esta vez no era mía. Yo no
hice nada. Me quedé inmóvil y llamé a la ambulancia y a comisaría. Le entrego
este diario y estas fotos de las heridas que me fui haciendo día a día. Para
que el día de mi muerte, mi madre y mi hijo vean lo que me hizo y que ellos
puedan salvarse de todo ese tormento. En ese momento mi hijo gritaba que lo
perdonase que él no sabía eso; que el padre le contó otra versión. Mi amiga de
la adolescencia fue al juzgado a hacer como testigo de que ella me había visto
con el ojo morado y casi sin poder andar. El juez me dejó en libertad.
Ahora abro los ojos y sé que si escucho abrirse una
puerta no será él, si no el mundo que me llama y la libertad, mi libertad. Y
que si escucho la frase de no, si no es contigo, será mi hijo abrazándome y no
dejándome sola; si no ayudándome a no recordar y a aprender a amar la vida.
Ahora conseguí un trabajo y aquí estoy
ahora mismo dando charlas sobre maltrato. Por fin salí de todo, ya no a más
sillas rojas. No al maltrato. No os dejéis que esto pase, denunciadlo. En este
momento tocó el timbre de la escuela, el timbre del nuevo comienzo a vivir.
Carmen Reyes
Galván. 4º ESO B
2º PREMIO RELATO CORTO
2º PREMIO RELATO CORTO
Me
llamo Alba tengo 15 años y os voy a contar la mayor aventura de mi
vida. Parecerá fantasioso pero fue real tal y como os cuento...
Todo
comenzó una mañana de verano cuando estaba eligiendo un bikini para
ponerme ya que iba a ir a la playa con mis amigas. Elegí el rojo, mi
favorito y el que mejor me quedaba. Bajé las escaleras me eché
crema para el sol, cogí la toalla preparé la mochila y salí por la
puerta.
Caminando
pasé por al lado de una tienda y compré algo de comer y de beber.
Pasé a recoger a Laura a su casa y fuimos a por Sara que nos
esperaba en el paseo. Allí nos saludamos y nos fuimos las tres
camino de nuestra playa favorita, El cangrejo. Era un trozo de playa
ocultada por unas rocas donde no iba nadie, solo nosotras.
Preparamos
las cosas y nos fuimos al agua porque estábamos muertas de calor de
tanto andar. En el agua jugamos reímos y hasta nos enfadamos un poco
como de costumbre. Pero, durante esas peleillas Laura nos llamó
extrañada:
Eeeh,
Sara, Alba mirad un poco al fondo. - dijo-.
Que
pasa, yo no veo nada, solo unas pocas nubes en el cielo que cada vez
son más negras. -dije-.
No
Alba, mira bien, yo también lo veo, es algo raro en el agua. - me
habló Sara-.
Es
verdad, pero, ¿Qué es? -pregunté intrigada-.
No
lo sé. Venga vamos a mirar. -me contestó Laura siempre igual de
curiosa-.
Fuimos
hacia allí y cada vez hacía más viento el cielo se oscurecía y se
formó un remolino. Sara y yo quisimos volver pero Laura seguía
hacia delante hasta que el remolino nos tragó a las tres sin darnos
cuenta.
…....
Desperté
en una roca con un dolor de cabeza horrible. Miré a mi alrededor y
estaba en una habitación extraña llena de flores o plantas que
nunca en mi vida había visto. Al poco tiempo, escuché que venía
alguien.
¿Te
has despertado ya? - me preguntó-.
Le
vi y...
!!!Aaaah!!!
¡¡¡Un pulpo que habla!!! -grité muy asustada-.
Corrí
por toda la habitación.
Tranquila,
tranquila, no voy a hacerte nada- me dijo intentando tranquilizarme-.
Pero,
es imposible que puedas hablar, y, y, yo que hago aquí.
No
te alteres pececito, te vamos a ayudar.
¿Cómo
que pececito?- pregunté con la voz temblorosa-.
Sí,
eres un pez de colores -me contestó acercándome una especie de
espejo-.
Me
miré y no podía creer lo que veían mis ojos. Era un pez de pies a
cabeza, bueno de cola a cabeza mejor dicho. Estaba bastante asustada,
no sabía como había llegado allí y sobre todo dónde estaban mis
amigas.
El
pulpo este me notó un poco nerviosa y me dijo que mis amigas estaban
bien, que estuviese tranquila y que le siguiera. Yo, perdida sin
saber que hacer decidí seguirlO.
Llegamos
a otra habitación dónde había otro pez como yo. No entendía para
qué me había traído hasta allí si estaba buscando a mis amigas no
más peces que ya estaba harta de haberme visto pez.
Ahí
está una de tus amigas la otra está en la habitación de al lado.
-me dijo-.
Al
decírmelo creía que el pulpo estaba loco, pero luego pensé que si
yo era un pez ellas también lo serían así que fui a despertar a
quien fuese de las dos.
Sssh,
despierta -le dije mientras le movía-.
Mmm.
- abrió los ojos y empezó a chillar tal como lo hice yo-. ¿Quién
eres pez?
Soy
yo Alba, tranquila Laura o Sara porque no sé quién eres de las dos.
¿Alba?,
¿por qué eres un pez? Y soy Sara. -me dijo un poco más tranquila-.
Tú
también lo eres, nos hemos convertido pero no sé como. Te tienes
que levantar rápido que Laura está al otro lado y tenemos que
levantarla. -le contesté dándole prisa y acercándole un espejo-.
Se
quedó sin palabras lo único que hizo fue bajarse de la roca y
seguirme sin emitir ruido. Nos movimos a la habitación de al lado y
vimos como la supuesta Laura estaba medio despierta y cuando entramos
por la puerta empezó a gritar como hicimos las dos. Somos iguales.
Le explicamos todo y lo entendió se miró en el espejo y no se
alarmó tanto como nosotras pero un poco perpleja se quedó. Nos
abrazamos y nos alegramos de que estuviésemos juntas. Se me hizo muy
raro verlas así, de pez, pero me fui acostumbrando.
Salimos
de la habitación y buscamos al pulpo que me había ayudado. Estaba
justo al lado y nos estaba esperando para enseñarnos donde nos
encontrábamos. Nos fue explicando los distintos lugares del
castillo, porque, ¡¡estaba en un castillo!! y ¡¡debajo del mar!!
Era increíble lo bonito que era, los demás peces, las plantas
acuáticas, y sobre todo como entrelazaba todo debajo del agua era
precioso. Por último nos fue a enseñar al rey de los 7 mares,
Tritón.
Tritón
era alto con el pelo largo y blanco y tenía un gran tridente con el
que dirigía todo su reino. Era un sireno el padre de 12 hijas una de
ellas muy conocida Ariel. La famosa sirena de la película que hasta
ese momento pensaba que era inventada, pero no, allí estaba también
visitando a su padre ya muy mayor, con su hija.
Cuando
la vimos fuimos a saludarla porque de enanas nos encantaba. Estuvimos
hablando un rato y nos enseñó su cueva donde guardaba todos sus
objetos encontrados. Le contamos que éramos humanas y se alarmó
mucho porque quería hacer todo lo posible por ayudarnos, pero, sobre
todo saber cómo nos convertimos en peces con una simple tormenta.
Cuando la mayoría se ahogan y ya está.
Mientras
estábamos hablando Mélody, su hija, se fue alejando de nosotras
fuera del castillo. Al poco tiempo nos dimos cuenta y a lo lejos
vimos una luz. La seguimos y cuando nos acercamos nos cegó. Acabamos
en una cueva:
Jajajaja,
habéis caído en mi trampa - dijo un pez espada que apareció por
allí-.
Que
quieres de nosotras – dijo Sara enfadada-.
Nada,
jajajaja, solo necesito el tridente de su padre - gritó señalando a
Ariel-. Me hará el ser más poderoso de los 7 mares.
No
te lo permitiremos jamás - le contestamos-.
¿Vosotras?,
anda no me hagáis reír, ¿Unos simples pescaitos y una sirena de
papá? - dijo en tono burlón-.
Nos
pusimos muy nerviosas pero al tiempo Ariel se alarmó de que Mélody
no la habíamos encontrado.
¡¡Eeh!!,
sucio pez – dijo menospreciándole-.
Me
llamo Rak y pronto me llamareis El rey Rak. - le contestó enfadado-.
Bueno
me da igual. Solo quiero saber dónde está mi hija- le grito-.
Jajaja,
por eso no te preocupes está allí dormidita. -señala una cueva más
abajo nuestra donde está Mélody tirada en el suelo- Estaba muy
cansada del viaje y puede que chocara contra algo -soltó con
indirecta-.
En
ese momento Ariel cayó al suelo de la cueva y fuimos a por ella.
Estaba destrozada intentaba salir de allí para salvarse a ella, a
nosotras y a su hija que era la que más le importaba.
Me
dais pena, asique como me aburro hasta que vengan mis anguilas os voy
a explicar mi plan - nos dijo-.
Ojala
te salga mal- le contesté-.
No
tienes tú fe, jajaja, es el mejor y nada me va a salir mal.
Lo
que pienso hacer es extraer un poco de sangre de la princesita e
inyectármela a mi para poder coger el tridente ya que solo alguien
perteneciente a la familia real puede sacarlo, ¡¡ y me haré el rey
de los 7 mares!! Jajajaja – se rió con risa maligna -.
Al
escucharlo las tres nos quedamos mudas y no sabíamos que decir.
Porque en verdad estaba bien planteado. En ese momento llegaron
anguilas. Supusimos que eran las de las que hablaba el pez espada que
nos tenía encerradas.
Estuvieron
hablando los tres y acto seguido fueron a por Mélody la ataron y
empezaron a rebuscar en un armario que tenían guardadas muchas
cosas. Justo en ese momento Laura me llamó diciéndome que había un
cangrejo detrás de las rocas. Pero se fue corriendo.
Empezaron
a prepararse los tres individuos y Ariel no podía creer lo que le iban a
hacer a su hija, estaba destrozada por no poder hacer nada al
respecto.
Pásame
el tarro que hay ahí al lado tuya. - le dijo Rak a una de las
anguilas-.
Toma
mi amo. Vamos preparando la gran roca para vuestra pequeña
operación.
Sí,
venga, ya podéis empezar. Voy a sacarle ya la sangre primero venir a
ayudarme.
Estábamos
muy tristes por Mélody, pero justo cuando iba a hincarle la jeringa,
el techo de la gran cueva se hundió y apareció el rey con su
ejército.
Quieto
ahí Rak deja a mi nieta en paz. - dijo gritándole enfadado-. Solo
sabes dar problemas.
¿Cómo
me habéis encontrado? - preguntó extrañado pero también rabioso-.
Nadie
le contestó solo los guardias le cogieron y capturaron a las
anguilas. Tritón con su tridente abrió las rejas de nuestra cueva y
pudimos salir.
Mélody
seguía inconsciente, Ariel fue a por ella y no reaccionaba.
Estábamos destrozados. Encima suya lloró y se le cayó una lágrima
en la mejilla de su hija, a los pocos segundos se despertó mareada
pero viva. No se había enterado de nada de lo que había pasado.
Volvimos
al castillo, y estuvimos hablando con Mélody para ver cómo estaba,
por suerte bien.
Ese
día fue muy intenso y como agradecimiento de haberle ayudado a
Ariel, Tritón con su tridente nos apuntó y....
…....
Mmm,
¿qué ha pasado? - preguntó Sara-.
No
lo sé pero me siento un poco mareada. -respondió Laura-.
¿Lo
hemos soñado? - pregunté preocupada-.
No
lo sé, pero yo creo que ha sido todo verdad. - dijo Laura-.
Nos
encontrábamos mareadas, raras y sobretodo confusas por lo que había
pasado ya que no sabía si había sido verdad o no.
Para
despejarnos nos metimos en el agua y a lo lejos en una roca escondida
vimos a Ariel que nos saludaba y luego ponía un dedo en sus labios
queriendo decir que no dijésemos nada. Las tres nos miramos y
sonreímos. Al menos no estábamos locas, bueno eso creemos.
Durante
todo el día estuvimos hablando del tema y cada vez nos gustaba más,
el castillo, las plantas, los peces, la experiencia de lo malo, pero
que luego salió bien... Nos gustó mucho ser peces por un momento.
Yo
la autora Laura
Ortega Morales de 3ºESO E
quiero transmitir con esta historia que nunca se es mayor para dejar
de imaginar con la niñez, con tus cuentos favoritos y porqué no,
creer que se hacen realidad e inventarse parodias donde la gente crea
que pudieron suceder. Disfrutemos de la vida que solo hay una y la
mejor forma es como un niño, ya que es la mejor etapa de la vida.
Laura Ortega Morales 3º ESO E
3º PREMIO RELATO CORTO
Recuerdos
Los
sentidos se nublan,
el
cálido aliento enérgico
se
torna en gélido suspiro.
Las
palabras se entrecortan,
el
lenguaje desaparece.
El
tacto se convierte en caricia,
y
la vista en deseo.
El
silencio se detiene,
el
ritmo acorde amansa al tiempo,
el
espacio no cobra sentido.
La
naturaleza innata,
guía
los sentidos con armonía.
Solo
las gotas que recorren la piel
muestran
el brillo de la noche,
solo
el fluir del aire,
separa
la perfección.
Y
será la extenuación
la
que venza al placer,
y
solo el agotamiento
permitirá
al silencio amanecer.
Los
sentidos se despejan,
el
suspiro torna en aliento,
las
palabras, innecesarias.
El
silencio abarca el tiempo
aguardando
a que el deseo,
junto
al brillo de la noche
nublen
los sentidos,
y
el espacio, no cobre sentido.
Daniel
Díaz Palmero 2º BACH C
1º PREMIO POESÍA
1º PREMIO POESÍA
Pesar nocturno
Bajo el sol de la noche me hallo,
Anegado en mi propio juicio.
Sin
descanso, mi pesar batallo.
Bajo el sol
de la noche siento tu ausencia.
Pensando,
que algún día
Me librarás
de mi sentencia.
Corazón
silenciado
Ahora
miserable y desdichado,
Erra
condenado.
Bajo el sol
de la noche.
Consternado
bajo mi propia locura,
El viento,
mensajero anónimo,
Tu nombre
con dulzura murmura.
Busco la
manera de revivir tu imagen,
Que ante mí
desaparece, como la vida misma,
Bajo el sol
de la noche.
Rubén González Conde 2º BACH C
2º PREMIO POESÍA
2º PREMIO POESÍA
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