El pasado 13 de Diciembre fue el último día laboral de nuestro compañero Carlos Tessainer y Tomasich, historiador, escritor, profesor y responsable de la Biblioteca del centro durante tantos años.
Su labor ha sido inconmensurable. Su dedicación y amor por los libros queda patente en el legado que nos deja en ella.
Su labor ha sido inconmensurable. Su dedicación y amor por los libros queda patente en el legado que nos deja en ella.
Desde este blog queremos transmitirle la enhorabuena por toda su vida dedicada a la ENSEÑANZA, escrita en mayúscula pues, no solamente ha transmitido sus conocimientos en Geografía e Historia sino que su alumnado ha recibido enseñanza de vida.
Gracias y suerte, Carlos.
Gracias y suerte, Carlos.
Como no podía ser de otra forma, éste es el poema que nos dedica:
"Despacito..."
"Para quienes me quisisteis
a quienes me disfrutasteis.También a quien me falló:
y quizá me padeció
A quien fui indiferente
pues al fin sólo soy gente.
A quien en mí algo buscó
y en mí cobijo halló.
Todos con los que estuve
y bien en mi ser retuve;
a los que me conocieron:
¡Conmigo camino hicieron!
Alumnos y compañeros
todos en mi pensamiento
dueños, poseedores
de este mi sentimiento.
Sentimiento bien real
con vosotros el sentido
sincero, por ello leal
del día a día vivido.
A vosotros caminantes,
tejedores de mi vida:
siempre acompañantes
de mi profesión querida.
Despacito quiero irme
con sigilo me voy yendo,
gratitud al despedirme
a quienes sigo queriendo.
Los deberes dejo hechos,
la tarea acabada.
Me voy pues satisfecho:
¡Mi senda quedó andada!”
Carlos Tessainer y Tomasich
13 Diciembre 2016
Y , ¿Quién mejor que nuestro compañero Juan Leiva para dedicarle unas palabras en su Blog del diario Sur de Málaga?
Disfrutemos de ellas.
Disfrutemos de ellas.
Juan
Leiva | Sábado, 3 de diciembre de 2016 |
“A
veces tengo la extraña sensación de que el tiempo sólo pasa
deprisa para quienes un día abandonamos ese barco donde sólo
admiten pasajeros en edad de trabajar; pero claro que no es así.
Echas la vista atrás y ves que el paso del tiempo es demoledor para
todos, implacable diría yo. Puede con todo y arrasa con ese alud de
días, semanas, meses y años que nos pasan por encima sin
contemplación alguna. Todo lo que parece tener por delante un amplio
margen de tiempo no sólo llega sino que nos arrastra
dejándonos, a modo de consuelo, eso de que hemos tenido la suerte de
haber estado ahí para vivirlo y contarlo. Será verdad; pero lo
pasado es eso, pasado.
En mis
cuarteles de invierno, donde desde hace más tiempo del que yo
quisiera me hallo dedicado a tareas ajenas por completo a la bulla,
me gusta tener noticias de lo que acontece en mi querido instituto en
el que dejé una buena parte de mi vida; por cierto, creo que muy
bien empleada y lo digo por las grandes satisfacciones que allí
recibí. En todo caso yo mismo busco novedades los jueves, en
que suelo verme con algunos de mis antiguos compañeros
entre los que cada vez empiezo a sentir más ausencias
llamémoslas jubilosas. En breve, si tengo ocasión y tiempo
para comprobarlo, un día me encontraré que ya no queda en mi
instituto ninguno de mis colegas de docencia; aquellos con los que me
batí en más de un claustro discutiendo acaloradamente por no
habernos adscrito todavía al plan de calidad; aquellos con los que
tantas comidas de fin de curso cerré con un fuerte abrazo, tras
ponernos sentimentales con la marcha del compañero que se jubilaba o
se trasladaba a otro centro; o aquellos que se malhumoraban más de
una y de dos veces por culpa de un puñetero horario que no había
respetado sus preferencias, aunque unos minutos después
echaban pelillos a la mar para acabar riéndose de las
últimas anécdotas del verano recién terminado. Cosas de compañeros
que se quieren a fuerza de compartir vivencias en medio de ese
catalizador de sentimientos tan fuerte que es el mundillo docente.
En fin,
cada vez que echo cuentas veo que la tripulación de ese barco que
mencionaba antes se está renovando más. Ahora le ha llegado el
turno de desembarcar y jubilarse a mi querido amigo Carlos Tessainer,
con quien tan buenos años compartí y disfruté. Carlos pertenece a
esa estirpe de personas que, si bien se han resignado a regañadientes
a demasiadas vulgaridades que campan a sus anchas en estos tiempos
que corren, han sabido conservar de otra época una exquisitez y buen
gusto que él sigue dejando patente no sólo en sus modales sino
también en otras facetas, aparte la docencia, como es la de
novelista.
También
es verdad que él no sería el mismo sin ese toque de humor, algo
picante, que siempre luce y con el que adereza cualquier conversación
que se tercie con sus amigos y compañeros; sirvan como botón de
muestra los recreos con Nieves mano a mano a ver quién
tenía la ocurrencia más graciosa. A cualquier cosa le saca punta y
transmite su jovialidad de tal modo que a sus contertulios no les
queda sino pasar un rato divertido a su lado; rara vez lo he visto
malhumorado. Eso sí, cuando de asuntos burocráticos se trata
entonces el día se le nubla y yo diría que hasta tormentea. Bueno,
no es para preocuparse; a cualquiera se le puede agriar por un rato
el carácter ante la avalancha de informes, programaciones, actas de
reuniones hasta para lo más nimio, más informes pero de otra
manera, más de lo mismo en un tercer formato, formularios a
mansalva… y tamizado todo por el incontestable filtro del
“Séneca”.
Pero,
papeleos y farfollas aparte, Carlos deja en nuestro centro una estela
importante que los más jóvenes colegas deberían tratar de seguir.
Sobre todo porque entre sus alumnos ha calado con su amena forma de
enseñar la historia; siempre aderezada con un toque personal que
ha facilitado muchísimo su aprendizaje. Yo mismo, a través de
sus interesantes artículos, he tenido ocasión de conocer pasajes
históricos interesantísimos que ignoraba, como los relativos a
Isabel II o a la presencia española en el norte Marruecos que él
bien conoce de primera mano; y todo ello contado con un lenguaje
directo que a mí me encanta. Tampoco quiero dejar de mencionar, por
lo mucho que para él representa, su faceta de novelista; sin embargo
qué le voy a contar que ya no le haya dicho. Sus “Pájaros del
cielo” es una de las novelas más bonitas que he leído, escrita en
un modo que llega a cualquiera. Sabe huir de ese vocabulario que a
veces los autores usan para presumir de su dominio del lenguaje,
aunque a costa de obligar al lector a tener el diccionario a
mano a cada momento; pero a su vez impregna sus relatos de un lirismo
y un estilo, entre aventurero y yo diría biográfico, que hace de su
novela un regalo de emociones.
Podría
seguir piropeando sus cualidades intelectuales; pero prefiero
centrarme en mis últimos años de travesía docente, donde
compartimos muy buenos ratos entre los que no me resisto a
señalar los divertidos cafelitos del recreo en Tito Clemente, o
aquellas guardias de biblioteca en que, además de sentir las
bondades del silencio y catalogar cumplidamente libros, dábamos
repaso a tantas cosas que me ayudaron a descubrir en él a un gran
compañero y amigo.
Felicidades,
Carlos. Espero que los días nublados en que no te apetezca ir a la
playa, vengas a darnos un refrescón de esa simpatía tuya con la que
te paseas por la vida. Ya sabes, donde siempre. Un abrazo.
Juan
Leiva León